jueves, 10 de agosto de 2006

GUCEMAS BÁSICO

Gerardo Ramos Gucemas
Llerena, España, 1941, pintor
Vive en Tucumán (Argentina) desde 1971. Su primera muestra individual fue en 1960, en Llerena. Posteriormente expuso en Madrid y, ya en la Argentina, en numerosas galerías de Buenos Aires y varias provincias. Obtuvo dos veces el Primer Premio del Salón Nacional (Santa Fe). En 1997 fue invitado a dirigir el II Taller Iberoamericano de Pintura en la sede Iberoamericana de La Rábida, de la Universidad Internacional de Andalucía




LAS FORMAS DE LO EFÍMERO

Por Eduardo Villar

Con pinturas de técnica elaborada en las que se pone en juego la relación entre la realidad y sus apariencias la muestra de Gerardo Ramos Gucemas en el Museo Sívori pone al espectador frente a preguntas incómodas sobre la fugacidad de las cosas y la vida.
La figura humana –puede verse claramente en la retrospectiva expuesta en el Museo Sívori- es absolutamente central en la pintura del español Gerardo Ramos Gucemas. Sin embargo, por algún bello, inexplicable misterio, en la obra que mejor expresa lo que hay en todas las pinturas de Ramos Gucemas no hay un hombre ni una mujer, sino un perro. Cómo no preguntarse entonces, qué hay de humano en ese perro. No es, desde luego, algo que esté a la vista: es inconfundiblemente un perro, pese a que está muy lejos –como toda o casi toda la pintura de Gucemas- de ser la representación realista de un perro. No hay más pistas que la pintura misma. Su título, si acaso agrega algo, es enigma: “Perr”, así, sin “o”. El espectador queda, entonces, solo con su pregunta y sin más armas para responderla que su capacidad para formular hipótesis. Qué pasa con ese perro. Y puede responderse –si quiere, si le parece-, que en realidad no es tanto un perro sino más bien en el momento en que es atropellado, el instante en que muere eso que después será una masa informe sobre el asfalto. Pero que aún no lo es. Porque todavía, en ese instante, es –podría ser- un perro que lucha contra una tela que lo atrapa, un animal que se defiende de la muerte tirando tarascones y arañazos sin sentido, panza arriba. Visto así, uno deja de ver un perro en la pintura. Y empieza a ver a la muerte, aunque no esté, aunque sea una ausencia. Y a la figura humana, aunque en la tela haya un inconfundible perro.
Gerardo Ramos Gucemas tiene la envidiable capacidad de producir esas alucinaciones en el espectador. Afortunadamente para quien las mira, no todas sus pinturas son tan intensas. Pero a ninguna le falta la carga expresiva y dramática sin la cual el arte se vuelve apenas una operación decorativa.
Si se le pregunta por qué en sus obras se rompe el orden espacial, por qué unas formas se entrometen en otras, las invaden, el artista duda: “Hay un exceso de distorsión, supongo; en realidad no lo sé, siempre he pintado muy intuitivamente”. No parece arriesgado Aventurar que hay algo del británico Francis Bacon en esas distorsiones. Gucemas –que desde 1971 vive en Tucumán- lo reconoce, pero al mismo tiempo se sorprende al escuchar el nombre de Bacon. “Es insólito –dice-, a Bacon lo conocí muy tardíamente, porque mi formación es española. había muy buenos pintores españoles a los que yo admiraba sin saber por ahí que tenían algo del clima baconiano. Porque yo no lo conocía. descubrí a Bacon cuando llegué a la Argentina, a través de reproducciones. Ahí noté esa identidad. Pero creo que si recibí algún impacto de él ha sido indirecto, a través de otros pintores, españoles. Además, Bacon tiene que ver en el espíritu más que en las formas, con Velázquez y, sobre todo, con Goya.”
En las telas de Gucemas, como señala un texto de Silvia Marrube, del Museo Sívori, la figura humana estructura la composición “estableciendo una especial relación de interpenetración con las otras figuras circundantes”. Hay en sus pinturas centros, nudos donde las cosas se representan, aun fragmentariamente, tal como se ven en la realidad. Son como centros de gravedad. En “PasVall” (1985, óleo sobre tela, 130x100), por tomar un ejemplo, hay una sonrisa, un ojo, otro, dos manos que se toman tiernamente, amor, sexo. Todo eso, en la distorsión, confusión e invasión de las formas.
Por momentos es muy inquietante. es que en las pinturas de Ramos Gucemas todo es conjetural, y esa reiteración de la interrogación y la incertidumbre que produce pararse frente a ellas puede volverse muy incómoda. Por ejemplo, en “Carn”: qué son esas formas en cuyo centro algo que podrís ser una boca que expulsa con violencia un torrente negro, qué son esos trozos rojizos esparcidos. ¿Pedazos de carne?¿Y esas formas redondeadas?, ¿vísceras? Hay ahí algo humano estallando.
Camas, colchones, almohadones, sábanas, telas rayadas, como si fueran escenas que trascurren en el sueño o, por lo menos, en la cama: una invasión del sueño en la vigilia. En muchos cuadros hay escenas eróticas que no llegan a serlo porque se desvanecen. Todos los nombres de los cuadros son palabras incompletas, nombres truncados. Inevitable pensar que las cosas representadas en la pintura también tienen algo incompleto y de trunco.. Nunca nada es del todo lo que sea que es, siempre está en proceso de completarse o de cambiar o disolverse o desaparecer. Cuando está por llegar a una forma, empieza a convertirse en otra. Todo está integrándose y desintegrándose: las personas, la ropa, los cuerpos, los desnudos, los vestidos, los momentos, la vida.


Nota.- Tomado del folleto que presentaba la última retrospectiva del pintor, en el prestigioso museo Sívori, de la municipalidad de Buenos Aires, República Argentina, septiembre 2004.

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